Hoy es el primer día de una España sin ETA. Hoy España se ha levantado con la resaca del “cese definitivo” de la violencia de Euskadi Ta Askatasuna (ETA). La banda terrorista emitió ayer un comunicado en el que anunciaba la finalización de la “lucha armada” después de 43 años de muertes, disturbios y amenazas (el primer muerto “oficial”, porque antes hubo una niña, fue el policía Melitón Manzanas). Hoy la mayoría de reacciones tranquilas, de reflexiones constructivas, son de esperanza. No de regocijo y exaltación, sino de esperanza. ¿Por qué? Porque la declaración de ETA es un gran hito, un punto de inflexión en una trayectoria, y solamente el principio de un nuevo camino que se abre en la democracia española, una nueva forma de relación entre Euskadi-España-Europa-el mundo.
Las palabras más acertadas de cuantas se han escuchado hoy son las que llaman a la prudencia. Es cierto que ayer fue un día importante, pero no será histórico hasta que la historia lo diga. Y para ello hacen falta mucho más que palabras, sobre todo porque, incluso, el fin de la violencia se anunció con una imagen y unas palabras violentas per se: tres etarras de blanco y negro, encapuchados, cerrando el mensaje con un brazo en alto y una clara alusión a la confrontación nacional: “En adelante, el camino tampoco será fácil. Ante la imposición que aún perdura, cada paso, cada logro, será fruto del esfuerzo y de la lucha de la ciudadanía vasca”.
ETA puso ayer su punto y aparte después de muchos puntos y seguidos. Pero no un punto y final. Éste solo llegará con días sin sangre y sombras sin escoltas. El lehendakari es el mejor que ha reflejado este sentimiento: “Cuarenta años de terrorismo no se pueden acabar en unas horas de urgencia”. No creemos que sean unas horas de urgencia, como tal, pero sí, un nuevo escenario que ETA quiere empezar a dibujar por su propio interés, electoral, económico e internacional. Lo hace, por supuesto, para satisfacción y alivio de tantos españoles que siguen viviendo con miedo y de las miles de personas que han sido víctimas, directas o indirectas, de sus atrocidades.
España es hoy mejor país que ayer. Es un país con un futuro sin terrorismo. Pero hoy, en el presente, no podemos confiar ciegamente después de casi 1.000 muertos, y sin que haya un abandono de las armas ni se formalice la disolución de la banda. No se trata de desmerecer la decisión ni minusvalorar los esfuerzos de las miles de personas que han lucha por la paz dentro y fuera de Euskadi, sino de la lógica desconfianza hacia quienes un día cambiaron la palabra por el arma y mataron callando. Hoy quieren volver a hablar, pero la pistola, aunque descargada, la siguen empuñando. Ójala vayan dejándola caer en los próximos meses y consigan que, entonces, España confíe en su palabra.
no replies